Hace tiempo que callo lo que mi corazón quiere decirte,
perdóname, a veces olvido que necesitas escucharlo,
que los «te quiero» que no pronuncio,
se amontonan en mi garganta,
y hoy deben salir a la luz.
Estas líneas solo pueden comenzar
con una palabra que pesa y brilla: Gracias.
Gracias por descubrir en mí
los miedos que escondí con temor,
por estar conmigo desde que tengo memoria,
desde mis primeros pasos,
desde que mi vida encontró sentido porque tú existes.
Gracias por ser la luz tenue que iluminó mis días grises,
la calma profunda en medio de la tormenta,
la heroína silenciosa de mi historia,
la primera en creer en mí sin dudas.
Gracias por reparar mis alas rotas,
por aguantar cada choque, cada caída,
incluso cuando mi fuerza se volvió contra ti,
y aun así nunca te rendiste.
Gracias por estar, siempre, sin falta,
aunque nunca tenga palabras suficientes
para expresar lo mucho que te amo,
aunque no te lo diga todos los días,
aunque los abrazos queden pendientes,
eres el refugio donde puedo llorar.
Gracias por envolver mi alma desde la distancia,
por querer siempre lo mejor para mí,
aunque ese “mejor” fueses tú misma.

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