Presencia Que Abriga

Hay días en que el viento huele a usted,
como si el mundo supiera que lo pienso.
Como si los tajibos se pusieran de acuerdo para florecer justo cuando sonríe.

No sé en qué momento empezó a habitarme,
pero ahora está en mi café de la mañana,
en la forma en que doblo mis pensamientos para que usted se acomode.
En la risa que se me escapa cuando me acuerdo de sus ocurrencias,
y en el silencio que me gusta cuando está cerca.

A veces lo miro sin que lo note,
y me dan ganas de agradecerle a la vida,
por tenerlo aquí,
por la forma en que su presencia me ordena el caos.
Por cada vez que me hace sentir que el mundo es menos pesado.

Y entonces, sin pedir permiso,
usted se vuelve abrigo.
Se vuelve esa pausa que no interrumpe,
esa ternura que no se anuncia.

Se queda en mí
como se queda la luz en las hojas al final de la tarde:
sin ruido,
sin prisa,
sin despedida.

No hay promesa,
pero hay certeza.
La certeza de que usted es ese lugar
donde mi alma se acomoda sin explicaciones.
Donde todo lo que soy se vuelve suave,
y todo lo que temo se vuelve menos.

Usted no es respuesta,
es presencia.
Es ese suspiro que no se dice,
pero se siente.

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