¿Qué hago yo todavía escribiéndote poesía?
¿Qué hago despertando en las noches para extrañarte,
después de verte apenas unos segundos en mis sueños?
¿Qué hago mirando la luna,
conformándome con saber que tú también la ves?
¿Qué hago frecuentando los lugares
donde alguna vez reí contigo?
¿Qué hago planificando mis días contigo,
como si aún fueras parte del mañana?
¿Qué hago esperando que regreses,
buscando la mejor rima para hablarte sin que me escuches?
¿Qué hago encontrándote en los libros que leo,
en las fotografías que no borro,
en la memoria intacta de lo vivido contigo?
¿Qué hago con mis noches sin tus palabras,
con mis días sin tu voz?
¿Qué hago con tanto y con nada,
teniéndote tan cerca y a la vez tan lejos?
¿Cómo se vive con todo y sin nada?
¿Se necesitan kilómetros para olvidar?
Si es así, ¿cuántos?
¿A qué distancia debo estar de ti para vaciarte de mí?
¿Qué hago con todo esto?
¿Dónde lo guardo, dónde lo elimino?
¿Existe algún borrar para los recuerdos,
algún eliminar para lo que aún duele?
Tal vez deba irme al espacio para olvidarte,
o quizás baste con vaciarme en versos,
derramar el alma en cada palabra,
y dejar que el tiempo silencioso y sabio
vaya borrando tu sombra de mis manos.
Ya no escribo para esperarte,
escribo para soltar.
Cada poema es una despedida
que suena a libertad.
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