Tú, la que recorre los pasillos inmaculados, entre suspiros olvidados y quirófanos que conocen las sombras del dolor.
Tú, que habitas un mundo donde la vida se anuncia en susurros y la muerte se despide en silencios profundos.
Tú, que te deleitas en la fragilidad de los recién nacidos, mientras en tu pecho laten las urgencias que claman por esperanza.
Tú, que caminas en la fina línea de un bisturí, donde la precisión es arte y la punzada es a veces la única verdad.
Tú, que vistes de blanco sin temor a las manchas de sangre, y sin perder jamás la sonrisa que nace del alma.
No basta un título para seguir tus pasos, pues en tus huellas dejas un amor que trasciende la ciencia, un amor que sana, que consuela, que revive más que cualquier medicina perfecta.
Tú, que eres faro en la oscuridad, guardiana de la vida, artesana del milagro cotidiano,
sigues adelante con la fuerza de quien entiende que en cada gesto, en cada palabra,
el amor es el verdadero latido que mantiene al mundo en movimiento.

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